Recientemente comprobé, en forma contundente, que no suelo proyectarme en forma demasiado remota. Hoy estoy en condiciones de saber que fue algo que siempre me asustó porque las circunstancias me instaban, por distintas causas, a que viviera el ahora y que tuviera en cuenta que sólo podía proyectar sobre bases firmes. Hoy, mañana, pasado, un par de meses capaz.
Remitiéndome a los recuerdos, en cada época vivida, he estado de alguna manera fuertemente asida al presente. No parece que fuera malo si tomamos en consideración que nadie puede tener certezas sobre el mañana y que cuando éste llegue, puede que no estemos ahí para disfrutarlo. Pero el ahora, del hoy, lo cambia todo.
Pues nunca tanto como en este ahora, sentí el peso del día a día. Y es lo que me hace dudar muchas veces ante el fondo blanco y el cursor titilante. La sensación que no puedo siquiera abstraerme de lo que hoy me rodea y elevarme por encima de la inmensa perplejidad en la que me siento estancada, ante las cosas buenas y malas que me suceden.
Por momentos tengo la sensación que se me adelantó la película varios capítulos y yo sólo alcanzo a visualizar imágenes corriendo acelaradamente sin que logre comprender cabalmente el argumento desarrollado. El caso es que quien apretó el botón fuí yo y lo que era hoy es historia, o lo será en el futuro. Me pasó la vida o yo pasé por ella. No lo sé. Sólo que hoy estoy aquí varada sin saber qué sigue y sin entender lo sucedido.
Nuevamente aprendí que muchas presencias y cosas que hoy están, mañana puede que no. Algo que siempre tuve claro, pero que en algún momento necesité negociar a cambio de tener algo de proyección. Y hoy me encuentro con que lo único que permanece intacto es el recuerdo de aquéllas y sin embargo, también se borra o toma nuevos e ininteligibles significados. No recuerdo siquiera porqué estaba, y de lo poco que recuerdo, sólo una de ellas me enorgullece y hace que valga la pena atravesar esta mierda.
Varias veces -y aún habiendo evaluado en casi todas ellas el riesgo de hartazgo, inclusive- he planteado que no me aferro a las personas sino más a lo que ellas me dejan a su paso. Sin embargo y cada vez con mayor frecuencia, en ocasiones mi memoria no me asiste en forma perfecta y en otras, tomo conciencia que sólo veía una parte y de un certero e inesperado trompazo de realidad, terminé comprendiendo el todo.
La muerte orgánica, curiosamente, suele tener un efecto benéfico para con algunas personas, las preserva en imagen y espíritu y en muchos casos, ambos se magnifican o revalorizan. Pero cuando ésta se da en simbólicamente y convivimos -o padecemos- al dead man walking que se resiste a ser enterrado, todos los buenos recuerdos no tienen la fuerza para contener el presente que los despedaza. Sólo para probar nuestra bonhomía e intentar mantener las virtudes intactas ante tanta miseriable impiedad desplegada.
Ya no puedo modificar ni deshacer lo hecho, mucho menos lo hecho por otros, ni quiero. Es lo que me ha hecho lo que soy, con sus más y sus menos. Sólo puedo esperar que el presente en el que hoy estoy anclada ya no me traiga más noticias de un pasado que pretendía preservar intacto, y que comprobé que no podía hacerlo sin actuar en el ahora como una necia.
Día a día contemplo, no sin variarme por miles de emociones, que mucho de lo que me mantuvo se desvanece o simplemente no existió. Que fue una ilusión, de un presente de otro tiempo. Que hemos fracasado y hay que asumir la pérdida. Lo único que sigue en su lugar es mi intención de que todo resulte bien y que nada ni nadie me retenga en el aquí de este día. Necesito otra vez comprobar el adecuado funcionamiento de mis alas y despedirme del que hoy, es mi pasado. Esto también pasará y algún día llegará el misericordioso olvido.
Sólo puedo decir que volvería a a vivir todo -absolutamente todo- nuevamente, para que esa luz que justificó mi existencia y me llenó de una, hasta ese entonces, desconocida felicidad, volviera a brillar en el mundo como lo está haciendo desde que su reloj marcó su primer hoy y el recuerdo más indestructible de mi vida. Y para que otra vez, sí otra vez, sintiera sobre mí la bendición de tener la oportunidad de empezar todo de nuevo.