¡Abracadabra!

Posted by Perra Latosa | Posted in , , , , | Posted on 1:04

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Desde que era pequeña he envidiado a los objetos, animados e inanimados, objetos al fin. El motivo de esa envidia era ni más ni menos la capacidad de estar insertos y a la vez, ajenos del mundo. Estaban allí, cumplían sus funciones específicas o simplemente vivían, pero abstraídos de problemas y yo tenía unos cuantos, en especial para manifestarme con palabras.

"¡Mirá qué preocupado estoy!=P"

"Chicos chicos, problemas chicos, chicos grandes, problemas ídem" y en efecto, en cada etapa de nuestra vida vamos enfrentando distintas pruebas que van aumentando en complejidad y que nos van moldeando el carácter en el camino a la madurez no siempre acabada.

Pero en ese proceso, desde siempre, me han ido acompañado palabras mágicas: desde un arrorró para que conciliara el pícaro (?) sueño, el "sana, sana", para cuando sufría alguna herida, y a así al compás de mi crecimiento fui incorporando cada vez más palabras y frases en el glosario de mi vida.

Palabras y frases que nunca requirieron mayor explicación, sabía o intuía para qué estaban y cuál era su función. ¿Y dónde está la magia? Pues precisamente, en que surten efecto más o menos inmediato en nuestra conducta.

"Pido gancho, el que me toca es un chancho!" bastaba para que, jugando a la mancha y ante tal ominosa promesa, el manchador (¿así se dirá?) se detuviera en seco. También había variaciones con agujas y brujas. Zapatillas de gomas, piedra libre, en fin, mediante el juego muchas de esas frases y palabras comenzaban a surgir.

Arribada la pubertad, las palabras y frases nuevamente volvieron a ser protagonistas pero esta vez acompañando a nuevas sensaciones. "¿Querés salir conmigo?" me dijo el chico por el cual secreta pero no tan discretamente me derretía. No me estaba invitando a pasear, yo sabía que el sentido de la frase implicaba un convite a una relación. El caso es que también por aquél entonces las chicas que "debíamos ser y parecer" no podíamos contestar un sí rotundo, un no tal vez, pero un sí tan rápido y sin que mediara un tiempo prudencial de arrime previo podía devastar nuestra reputación barrial.

Lógicamente le siguió otra frase cliché "lo tengo que pensar". No tenía nada que pensar, ¡me encantaba! Y él lo sabía, sino jamás se hubiera animado.

Estúpidamente, supedité mi respuesta a un futuro "asalto" el cual no llegaba pese a haber transcurrido más de un mes de esa solicitud. Pronto despacho, habré pensado: y un día en que él volvía embarrado hasta el tuétano y con su pelota en mano le dije "tenemos que hablar". Me miró intrigado y escuchó sin mayor interés mi "que sí" soltado con un enorme esfuerzo por parecer superada...¿Qué sí, qué?, mientras contemplaba su pie haciendo "jueguito"....

Mi incipiente noviazgo debatiéndose en su empeine

"Que sí, que quiero salir con vos"

– "Ahora yo no" fue la contundente y fastidiada respuesta. =S



Ahí me enteré qué era el rechazo amoroso (!!!!). Y tomé conciencia que las palabras a veces deben ser dadas en un contexto y a su tiempo, sino perdían su mágico efecto.

Llegaron los "te quiero" y los "te amo". Y aunque no recuerdo que nadie me haya hablado al respecto, para mí había una distinción. No era lo mismo una cosa que la otra. Querer se quería al principio, después que alguien "gustaba", amar era después que pasábamos por querernos hasta el cielo, y otras distancias. Era la meta en el camino del amor y lo que más me aterraba en cuanto al compromiso afectivo que implicaba.

Cuando no sin meditarlo largamente pronuncié "acepto" sabía que estaba celebrando un contrato, un acuerdo de partes contemplando un fin común, que tenía tanto de material cuanto de espiritual. Fue un momento de inflexión en mi vida , esa palabra, en ese contexto, tenía una fuerte significación para mi futuro. No sin miedo, me había animado a traspasar la meta, la de la entrega (al menos, para la sociedad).

Instantánea de la detención de la prófuga

Pero toda esa absurda teoría respecto del "te quiero evolutivo" me abandonó recién cuando me convertí en madre, pese a todos los miedos que acompañaron el proceso del embarazo y en particular, a no ser una buena mamá de las que siempre nos sonríen en los comerciales y son pacientes ante manchas en la ropa y la incertidumbre de si podía quererla lo suficiente, se fueron al mismísimo carajo porque la amé ni bien la ví, la adoré.

Y criándola nuevamente volví a tomar contacto con esas palabras mágicas del inicio y a la vez, conciencia del efecto que provocan en nuestras conductas, se renovaron mis ganas de "pedir gancho" para poder detener alguna dificultad; decir un "no juego más" cuando me siento abatida; "de poderlo pensar" cuando algún problema apremia en su solución, un "sana, sana" cuando siento un dolor del alma, , y me fue más fácil tomar conciencia de cuánto nos atraviesan las palabras cuando son sentidas, y cuánta falta nos hace liberarnos o escuchar un "perdón" cuando cometemos errores o que alguien simplemente nos diga, te quiero con una gran guarnición de abrazos.

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